"ESPECULACIONES: INTRÍNSECAMENTE SUBVERSIVOS" - La Alhóndiga - SEGOVIA - ES



Intrínsecamente subversiva.
 María Isabel Moreno Montoro
Comisaria y Directora del proyecto.

La seguridad en el valor intrínsecamente subversivo de toda expresión artística, es la que me ha hecho sospechar en multitud de ocasiones que los caminos del arte son a veces, además de indiscutibles discursos de poder, retorcidos.

Se habrá podido decir que es el propio arte el que arrastra el carácter tortuoso, pero no confundamos la máxima acción de libertad que los creadores ejercen valiéndose del dominio del discurso de su medio de expresión con la maniobra de quienes se sirven de la falta de dominio del discurso en algunos de los que han de
recibir el artefacto. No vamos a entrar en la moralidad o amoralidad del mensaje del artista, sobre todo porque no pocas veces se le da al mismo objeto interpretaciones absolutamente contradictorias, y, además, porque el contexto (re)define el sentido de la obra.

Si bien es verdad que en el mundo del arte, como en el de la cultura visual en general, como presenta Fernando Hernández (2000),  las imágenes nos conducen a interpretaciones sobre el mundo y sobre nosotros mismos, presentando temas e ideas vinculadas a situaciones de construcción de estrategias de diferencia y poder (racismo, etnicidad, desigualdades sociales, de género, sexuales, de saber, de mirar), no podemos negar que conscientemente interpretadas son el tronco que flotando nos lleva hasta la orilla. Pues en medio de todo el maremagno fotográfico, videográfico, televisivo, publicitario, artístico, podemos encontrar expresiones de reflexiones sinceras que nos arrastran hacia perspectivas críticas ante las que, como público, somos libres de cerrar los ojos o plantearnos que hay otros usos de la imagen.

Es decir, como público somos absolutamente responsables del efecto de las imágenes una vez que se nos ha dado la clave de la sospecha. Según María Acaso (2006)[1], “una actitud sospechante consiste en detenerse ante las imágenes y preguntarnos qué quieren decirnos, establecer un sistema de análisis sobre ellas y leerlas”. Según Fernando Hernández, “se trata en suma de ir más allá de qué (qué son las cosas, las experiencias, las versiones) y comenzar a plantearse los porqués de esas representaciones, lo que las ha hecho posibles, aquello que muestran y lo que excluyen, los valores que consagran…”[2]

Quisiera hablar algo de lo que a este aspecto suponen cada una de las propuestas presentadas en las intervenciones que registra este libro, pero esto no es explicar las obras, pues entonces sería (re)escribirlas en un lenguaje diferente, y por tanto perderían su sentido y, sobre todo, su carácter de obra visual. Lo que quisiera destacar es la clave con la que personalmente he interactuado en la obra de cada autor o autora para sentirme impelida a comprender sus mensajes como algo dirigido hacia mí. Lo que quiero decir con esto es que cada individuo debiera asumirse como sujeto hacia el que son enviados los mensajes, sintiendo esto de una manera personal.

De modo, que con la seguridad de estar siendo cómplice en la autoría, me dispongo a sentirme, en lo que a mí respecta, un eslabón (no necesariamente final, en función del grado de conciencia del autor como ahora veremos) en una cadena de las fases de la vida de la obra. Porque hay tantos eslabones como cadenas-personas y porque si la obra entra en la historia –anónima o conocida- comenzará otra fase.
A medida que voy conociendo a las personas que son los creadores y las creadoras, le doy explicaciones más complejas a lo que han realizado, pero me pregunto menos cosas. Cuando no conozco a la persona, todo lo que veo puede plantearme una andanada de porqués. Y es que, en una imagen, prácticamente nada es casual.

(Re)Incidir en la subversión
Siendo la casualidad aquella que inintencionadamente compone las cosas, y teniendo en cuenta que la (in)consciencia no hace referencia a (in)intenciones sino al (auto)conocimiento de las mismas, debemos comprender que la subversión es una de las esencias de la subconciencia. Es decir, nuestras intenciones pueden aflorar sin nuestro permiso expreso, pero ahí quedan. Estamos de acuerdo con Parsons (2002)[3] en que el significado de una obra se concibe en términos individuales, y que de este modo son dos polos los que determinan el significado: creación y expectación. Pero no estamos de acuerdo en que se ciña como él dice a la experiencia consciente de la persona. Incluso podríamos pensar que, a veces, el espectador toma “nota” de los “mensajes” antes que el autor o la autora. Es por esto, que decía, que la cadena no se acaba al llegar al espectador, pues pudiera ser que este devuelva la obra hacia la consciencia, por supuesto que a la propia, pero también a la de los artistas. Y ahí entendemos la esencia intrínsecamente subversiva del arte.

Actuando con libertad, rescatando de la subversión.
Y puesto que la experiencia estética se hace pública, más pública si es a partir de un artefacto que si es a partir de una situación naturalmente generada, se convierte como dice Jackendoff (1994)[4], en una ventana abierta a la conciencia.
Lo que nos preguntamos es dónde está la actuación con libertad, en la subversión  subconsciente (permitimos el paso a nuestros secretos) o en la subversión crítica consciente (empujamos para que pasen nuestros anhelos). ¿O respectivamente debiéramos decir la tiranía del subconsciente frente a la crítica liberadora?

Por todo esto, proponemos, intervenciones  estéticas, en las que pedimos a los artistas y las artistas que preparen una acción que puede ser la propia obra o algo  complementario, que facilite al espectador rescatar de la subversión la esencia de su subconsciente (el suyo propio, el del espectador). La construcción de sus propios relatos a partir de la interpretación que hace de la obra (coincidente o no con la versión de quien la creó), relacionándolos “con la propia identidad y con problemáticas sociales y culturales que ayuden a construir posicionamientos críticos” y explorando “el papel que los artefactos de la visión tienen en la construcción de miradas y sentidos sobre quien mira y la realidad que es mirada” como diría Fernando Hernández.
Al reflexionar sobre todo ello, mientras observamos las mujeres de Alexis Esquivel o de Nisa Goiburu, los personajes caricaturizados sobre muros de Belin, la perseverancia de Javier Abad para amalgamar la perspectiva más actualizada del arte con realidades habitualmente separadas de esta visión, o la realidad escondida y encontrada en las obras de Raúl Bravo o Bañuelos, nos van asaltando las subversiones para convertirse en páginas de nuestro contexto cultural. Se produce el efecto doblemente interesante al volverse, especularmente hacia sus autores, que, en primer lugar, al preparar sus dinámicas para el público y, en segundo lugar, al observar lo que ocurre en ese público, rescatan de la subversión los aspectos más escondidos de su propia obra.  Sorprende comprobar, la manera en la que, a pesar de ser consciente de la propia posición, nos es devuelta una mirada desde el espectador que nos convierte en espectadores de la propia obra. Y ahora, cambiando el tiempo del verbo, hablo no desde la especulación sino desde los episodios personalmente comprobados a partir del intercambio de experiencias con el público.

 La subversión y sus sucesivos rescates y siguientes recaídas son la prueba evidente de que la obra jamás está acabada.

Jaén, 2007.




[1] Acaso, María (2006): Esto no son las torres gemelas. Cómo aprender a leer la televisión y otras imágenes. Madrid, La catarata.
[2] Hernández, Fernando (2000): Educación y cultura visual. Barcelona, Octaedro.
[3] Parsons, Michael J. (2002): Cómo entendemos el arte. Barcelona, Paidós.
[4] Jackendoff, Ray (1994): Patterns in the Mind and Human Nature, Nueva York, Basic Books. Citado en Matthews, J. (2002): El arte de la infancia y la adolescencia, Barcelona, Paidós.

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