Exposición MATT LAMB - Edificio Miramar - SITGES (Barcelona) - ES
MATT LAMB, RASGOS PROPIOS DE UN ARTISTA AMERICANO EN BARCELONA
Texto: Arnau Puig
Matt
Lamb nació en Chicago el año 1932. Los años siguientes, en su ciudad
natal, fueron más bien inseguros y en fuerte y dura competencia con
otras ciudades, en aquellos momentos con más empuje, como Nueva York o
las de la Costa del Pacífico. Por eso la vida en la ciudad de los lagos
era percibida, desde la existencia cotidiana y desde su anterior
esplendor, tal vez como aun más intensa y más dramática. Vivir allí era
un enfrentarse constantemente con el sentido de la existencia y de la
busca de una razón para la subsistencia.
A Matt Lamb el entorno
humano se le convirtió en su primera y propia realidad y empezó a pintar
no porque hubiese aprendido unas lecciones que se lo permitieran sino
porque la pintura era el vehículo más idóneo para expresarse, para
exteriorizar su intimidad.
Pero, ¿cuál podía ser esa intimidad que
sentía la necesidad de exteriorizarse? Pues aquella misma
que le
constituía por haber nacido en aquellas tierras, por el modo de
subsistencia que su entorno familiar se había buscado, y porque la
sociedad en la que vivía solo aceptaba personas hechas según un molde
adaptado y estructurado de antemano, puesto que aquella sociedad no
quería saber nada de la gente sin ribetes, amorfa, nada de los
marginales, que implacablemente empujaba hacia su periferia.
La
pintura, mucho más que la escritura, es un lenguaje directo que permite
la expresión inmediata; quien pinta no necesita subterfugios para
comunicarse. Solo debe coger los colores y lanzarlos a su derredor;
caigan como caigan serán la expresión de la voluntad que se ha servido
de ellos para provocar aquella dispersión, y quien encuentre aquellos
colores dispersos y extendidos por su entorno, inmediatamente adivinará
que hay alguien que así lo ha provocado y dispuesto, porque nada tiene
una forma, o una presencia, que no provenga de una intención y de una
voluntad expresa. Esto es así porque en nuestra gestualidad hay la
expresión más directa y más inequívoca de nuestra manera de ser. Esto no
se alcanza con las palabras, que provienen de un consenso que solo
socialmente es inteligible. Lo más cercano a eso, para aquellos que no
conocen el vehículo convencional de entendimiento mediante palabras, son
el balbuceo y los gemidos. Con la pintura, sea cual fuere y, obvio, con
cualquier embadurnamiento de una pared - los célebres murales de todas
las ciudades dan testimonio de ello – todo el mundo puede expresarse;
no en vano dijo el poeta: escrito en la pared con yeso. Con palabras,
no, pero sí con el grito y los gemidos todo el mundo se entere de que
hay alguien que proclama algo.
Matt Lamb, por su propia persona y por
su propia circunstancia fue a parar a la pintura. Nada extemporáneo
resultaba ello por aquel entonces; por los años mismos en los que
llevaba a cabo su aprendizaje pictórico expresivo en Chicago, en otras
ciudades del país y con inquietudes expresivas similares, Jackson
Pollock - empujado por sentimientos, obsesiones y necesidades vitales,
por motivaciones de una psique perturbada emocionalmente y socialmente, y
por unas inquietudes ineludibles de raíz afectiva e intelectual - había
optado por un sistema expresivo que consiste en borronear sobre un
muro, un papel o una tela, todo lo que, porque se siente como
provocación, como deber imperativo, se debe plasmar en una superficie
visible. Pollock ofrecía la tela como la declaración de un manifiesto,
tal vez circunstancial pero totalmente real, verídico y sincero.
Esta
manera de hacer es obvio que no era propia ni exclusiva de Pollock;
otros artistas dentro de aquel contexto también así lo hacían: cada uno
según su temperamento o el sentir e intención de su discurso plástico. A
partir de un momento dado aquella forma expresiva, que desde entonces
se la aceptó ya como de arte, se la designó como informalismo, arte
otro y, en los Estados Unidos, expresionismo abstracto. Por lo que ya se
lleva indicado, esa manera de pintar no se puede tachar de amorfismo
informal; en cambio sí que es correcto designarle como arte otro o como
expresionismo abstracto, porque esa es su forma de manifestarse. Lamb lo
adoptó a partir de los años cuarenta. Había encontrado la propia manera
de exteriorizarse a sí mismo y proclamar su discurso, comunicar a los
demás aquello de lo que él creía debía hacerles partícipes.
Lamb,
como Van Gogh, había entrevisto en el arte una dimensión predicadora;
veía en la pintura el medio más idóneo para anunciar la atención al
prójimo, el ser solidario sin ofender al otro, lo que no se alcanza con
la palabra, que acostumbra a marcar distanciamiento cuando se trata de
explicar lo que nos rodea. Con la pintura no hay fronteras, todo el
mundo entiende lo que ve y lo entiende directamente, sin intermediarios.
En la pintura no hay el recelo que a veces puede parecer se amaga bajo
la palabra.
Forma y contenido en la obra de Lamb.
Esta es la
pintura de Lamb; está ahí, presente, al alcance de los que a ella se
acerquen. Es así como él siente la pintura. Por eso, para que ello sea
un hecho y su circunstancia personal quede comprometida, desde los
primeros años setenta se dedica a pintar. Encuentra en su entorno
inmediato las coloreadas y psíquicamente libres pinturas de los indios
americanos, a las que desde la abstracción y del expresionismo plástico
se ha vuelto a prestar interés. Hay también los precedentes murales del
arte mexicano, cuya justificación es la expresividad impulsiva de cada
creador; pintura que quiere mostrar lo que ha de oír el espíritu de las
gentes que se encuentran vagantes en el seno de una sociedad que aunque
predica la moral social y personal no actúa en consecuencia. En el
ambiente creador de formas, pero también para la captación de la vida
real de la sociedad, hay un principio que antes de ahora no actuaba tan
directamente sobre las maneras de ser, pero que ahora condiciona y
coordina casi toda gesticulación y comportamiento personal: es el
surrealismo, aquel fundamento que sabemos que nos constituye y que
siempre pone de manifiesto, en toda acción social y personal, las
motivaciones libres y sinceras que configuran nuestra personalidad. Los
artistas, más que nadie, son afectados por este factor que establece la
línea de nuestra conducta y de su expresión. Esto motiva que tanto para
ellos como para cualquier otra persona, cuando nos mostramos a través
de nuestra conducta espontánea, ésta no sea una ilustración de lo que
hemos aprendido sino que manifiesta la simple expresión de lo que
sentimos, de lo que nos parece son los hechos y las cosas.
En la
pintura, el expresionismo abstracto sigue esa vía; ese surgir de dentro
corresponde a una intensa premeditación seguida de una rápida ejecución.
Lamb, que sigue por esos vericuetos veinticinco años después de Pollock
y de Ashile Gorky, reduce el primer condicionante de la intensa
premeditación a un procedimiento, designado dip (significa "inmersión" y
consiste en una suspensión grumosa de color líquido y materias
sólidas), establecido por el artista y que cabe entender como un rito
iniciático para hacer propicias las trascendencias para un proceso
inicial de la creación pictórica, situación llena de imponderables
gestuales y materiales que, mediante el dip, se convertirán en el
soporte de la expresión plástica de una visión reflexiva posterior,
cuando el artista retome los magmas de confusa mezcla espontánea de
materias inertes, convertidas en vivas por el hecho mismo de aquella
interventora humana impulsiva. Todos aquellos complejos magmáticos ya
consagrados pasarán a ser obras plásticas que reflejarán lo que
inicialmente fueron actitudes, reflexiones y reacciones viscerales y
morales.
De todas maneras en el dip están incluidos muchos de los
procedimientos de que se han servido los artistas norteamericanos para
convertir en real, según un hacer propio y personal, el arte del siglo
XX. El más típico y característico es el dripping (la pintura, las
materias, puesto que son dispuestas sobre el plano plástico de una
manera compulsiva, escapan por todas partes); consecuencia de ello y por
trabajar sin un concepto previo de composición, el all over es el otro
rasgo (la pintura se expande por la superficie plástica sin limites ni
fronteras que puedan determinar una composición). El tercer rasgo
característico es el hard edge (unas líneas firmes, seguras, tajantes,
delimitan y encierran, por imperativo del mensaje, los magmas
pictóricos). Sin embargo, las pinturas de Lamb no son ni minimalistas
(en el espacio plástico no hay nada más que lo que se ve) ni
conceptuales (lo que plásticamente hay presente es una idea, un signo, o
una parte del mismo); Lamb no sigue esas maneras de hacer porque su
obra va muy cargada de dimensión predicativa, moralmente sancionadora e
intención ejemplar, puesto que esos son los impulsos de su creatividad
plástica. En su obra no hay motivaciones estrictamente estéticas,
aunque tampoco las descuida ni margina.
No obstante, es curioso: esas
obras tan compulsivas se emplazan al margen del tiempo, aunque quizás
sea este factor uno de los rasgos de su cualidad pictórica mural y
predicadora, puesto que el tiempo está allí plasmado en la dinámica del
gesto y en la de su expansión por el espacio, ello al margen de todo
tiempo cronológico. El automatismo y el paroxismo en estrecha fusión son
los condicionantes directos de la obra.
El arte – toda la
abstracción expresionista es muy consciente de ello – no es reflexión
(eso sería ciencia o filosofía) sino plasmación del goce y de la alegría
de vivir, de la agitación del movimiento y de todas las energías e
impulsos que conmuevan a un ser vivo. Lamb lo sabe, lo ve alrededor
suyo: en las formas de la naturaleza y de las cosas hay las actitudes de
los hombres que las ven, que las hacen suyas, adaptándolas,
modificándolas o aceptándolas tal cual se manifiestan. Es esa proyección
sentimental de los otros, pero que también es la suya, lo que él siente
necesidad de plasmar en sus obras. Para Lamb la expresión artística no
pide esbozos ni planteamientos previos, porque todo lo que se tenga que
expresar ya está formulado dentro de cada individuo creador y, puesto
que se trata de una expresión plástica, solo es necesario realizarla.
Ese es uno de los rasgos distintivos del arte contemporáneo y el que
convierte sus obras en páginas espirituales, tanto de la percepción del
artista como para una orientación del observador para que capte y se
entienda a sí mismo. Es por ello que para Lamb la abstracción estricta
no tiene sentido y lo que busca es la forma que expresa, que, a menudo,
esa forma expresiva recoge vestigios de diferentes formas de sentir y de
explicarse la propia historia, puesto que los humanos somos individuos
insertos dentro de un grupo social que arrastra una difícil trayectoria,
casi imborrable y siempre persistente. El arte recoge y plasma la
totalidad de esa dimensión.
Si la profundidad del alma se midiera con
las palabras que uno posee, mediante las cuales uno es capaz de
expresarla, quizá la profundidad del alma también se podría medir por la
cantidad de colores, en todas sus gamas y variantes, que uno es capaz
de captar y, en consecuencia, la profundidad del alma del artista sería
su expresión cromática, de la que no estaría alejado la capacidad para
el dibujo.
Recuperación de una simbólica base
Hasta aquí todo eran
condicionantes sociales, territoriales y de educación; a partir de este
momento todo lo que manifestemos es nuestra propia manera de ser y lo
resolvemos según creemos sea lo más adecuado, o lo que nos place porque
nos identificamos con ello.
La gestualidad, condicionada de base por
el dip y tratada sucesivamente por una actitud que toma en consideración
lo que creemos o lo que pensamos con relación a nuestro entorno de los
deseos que experimentamos y que quisiéramos ver realizados, esta
gestualidad acaba ordenando las manchas y los magmas que hemos plasmado
en los espacios plásticos.
Una de las intencionalidades básicas de
Lamb no es la de plasmar un mundo ingenuo, hasta cierto punto irónico,
mundo en el que todo sería gracioso y poético, sino que la
intencionalidad de Lamb sería la de restablecer en torno a nosotros la
pureza de las bienaventuranzas evangélicas, que son las del Evangelio
pero que también pertenecen a todos los pueblos.
En este sentido,
pero en lenguaje pictórico moderno, Lamb se instala dentro de la línea
de los pintores moralistas como El Bosco, Brueghel, Patinir o, más
reciente, Gustave Moreau, en donde cada uno desarrolla una iconografía
nacida de su imaginario personal, formalismo que no está alejado de una
ética trascendente censuradora de los comportamientos y de las maneras
de actuar de los humanos; mundo también representado por William Blake,
creador de nuevas imágenes que el artista quiere que nos hagan sentir
con profundidad la dimensión de una vida que no hemos sabido
estructurar, pero de la que al artista le asiste el derecho de ensayar
estructurarla. Este tipo de artista no se puede considerar similar al de
los elaboradores de formes actualmente conocidos como outsiders, porque
a diferencia de otros creadores los outsiders se encuentran bien
acomodados e instalados en este mundo nuestro, que pretenden es
convertirlo en agradable y mostrárnoslo útil. La obra de Lamb no va por
este camino; ante los ensayos vitales fallidos, por medio de la pintura
nos ofrece experimentar el dolor y la furia interiores para que ningún
sufrimiento sea inútil ni deje de tener sentido.
Reconociendo toda
la fuerza que la obra de Lamb tiene en tanto que pintura del espíritu
contemporáneo (las bases del surrealismo y los impulsos del
expresionismo abstracto están ahí presentes y constituyen su raíz), obra
que además admite la estricta consideración aislada de un puro
formalismo creativo, esa obra no impide, no obstante, que toda ella
ofrezca una dimensión religiosa. Podemos hallar en sus colores y en sus
embolismos lineales y cromáticos la presencia inmediata de todos los
aspectos del alma, sus profundidades, angustias, inquietudes; se trata
de una obra radicalmente animista. Cada lienzo plantea una cuestión
comunicativa, provoca que uno quiera atrapar su sentido. Mirándolas, se
percibe inmediatamente que hay alguien que nos dice algo y que tal como
nos lo dice es ya entendible. No se trata, pues, de símbolos sino de
expresiones directas, las inmediatas internas del diálogo y de los
sentimientos del alma de cada cual.
Para que todo ello sea evidente,
Lamb recurre a la totalidad escenográfica del Evangelio y, en especial,
nos transmite los pasajes más esperanzadores, con las anunciaciones, las
epifanías, los encuentros y, cuando plasma las escenas de la
crucifixión, el Jesús que nos ofrece es el de la alegría de la
resurrección, un Jesús en aleluya, un Cristo bailarín, acogedor; todo
ello sin negar que estén allí presentes los colores del sufrimiento, de
las agonías, pero trascendidos.
La obra de Matt Lamb se ha convertido
en una obra de acompañamiento moral, como lo buscan y quieren tantos
artistas; los colores lo facilitan, las iconografías nos invitan a ello.
Las obras de este artista son para recorrerlas con los ojos, primero,
inmediatamente después verlas desde el pensamiento y, finalmente, buscar su compañía, porque todos estamos necesitados de una revalorización
existencial.
Texto: Arnau Puig, filósofo y crítico de arte.